Skip to main
Cernuda Arte Cuban Art Cernuda Arte Cuban Art accessibility statement
Artists Exhibitions Publications Selected Inventory Recent Arrivals Digital Communications Special Moments Anout Us Contact Us Home
Publications  
Search: 
 
Publications Constancia de la luz.  La obra pictórica de Miguel Loredo Constancia de la luz. La obra pictórica de Miguel Loredo
El Nuevo Herald Junio 6, 2004

Vicente Echerri

La tierra es siempre oscura —negra más bien— y siempre constituye la base, el soporte por así decir, desde donde el cuadro asciende en busca de la luz que puede expresarse en una gama cromática de colores cálidos —rojos, ocres— o en otra en que predominan los azules y grises. El óleo que se integra al lienzo —o al lino— haciendo desaparecer la pincelada, deja empero hendiduras, deliberadas grietas, segmentos donde se intensifica la luz en el color natural de la tela. Aquí y allá se advierten unos traumáticos goteos que disuelven o rematan borrosamente ciertos límites. Sin embargo, esta pintura que ya le empieza a dar nombre a Miguel Loredo no comunica ni esfuerzo ni congoja; por el contrario, regocija, transmite el júbilo con que su autor se entrega a su creación que para él, en la etapa en que ahora mismo se encuentra, consiste en atrapar el diario viaje de la luz, de naciente a poniente, que perdura en su imaginación y en su mirada aún después que anochece.

Loredo (La Habana, 1938) ha pintado desde niño; y muy pronto, en su ciudad natal, conoce y trata a algunos de los pintores cubanos que se destacan por su ruptura con las convenciones de la academia (Milían, Mijares, Portocarrero). Rolando López-Dirube va más lejos y se convierte en una especie de mentor que lo invita a trabajar en su estudio. Así empieza su viaje, más peregrinación espiritual que carrera artística, en el sentido mundano con que tan frecuentemente se usa este término; viaje que se realiza, casi siempre, en un entorno austero: seminario, prisión política, convento. Aunque viene a mostrar sus obras hace muy poco tiempo (en una exposición para honrar la memoria de las víctimas del 11 de septiembre), la pintura no constituye para Loredo una segunda naturaleza, un divertimento circunstancial, una tarea subalterna… Sin menoscabo alguno para su ministerio pastoral (ni para su labor de activista en pro de los derechos humanos en Cuba), Loredo no es un fraile que pinta; sino un pintor que se toma muy en serio y quien resulta, además, ser fraile.

Dibujante notable, su obra fue durante años fecundamente figurativa. Aunque apenas si conserva cuadros anteriores a su etapa más reciente, docenas de fotos dan testimonio de esa trayectoria en la que, como es usual, se aprecian influencias de muchos maestros; influencias que se van decantando en la medida en que refina su propia expresión: una manera de operar, una aplicación del color, una búsqueda que lo identifica. Aunque Loredo afirma que para él “no existe una gran diferencia entre pintura figurativa y abstracta”, en esa búsqueda se aleja definitivamente de lo figurativo y de lo policromo para sumergirse en la abstracción donde siempre perdura un reflejo del mundo, un mundo que se descompone en tonos de una misma gama que, sin embargo, nada tienen que ver con la monotonía, porque se perciben animados por un dinamismo, por una energía luminosa. Si hay que incluir a Miguel Loredo entre los pintores abstractos, la suya es una abstracción metafísica, resultado de una indagación interior que lo induce al desasimiento, al abandono de los valores adjetivos para centrarse en las esencias, en la fidelidad a un impulso que tiende hacia la luz, hacia una suerte de centro de irradiación cósmica (como bien lo ilustra “Tangencia No. 3”, uno de los cuadros de la muestra de sus obras expuestas recientemente —del 25 de marzo al 17 de abril— en Ginebra).

Loredo se confiesa admirador de los rasgos de algunos pintores: “los dibujos de Leonardo, la dinámica de Lam, el mensaje espiritual de Gauguin y el color puro y seductor de Joseph Marioni”. Este último es un contemporáneo que también vive en Nueva York y con quien Loredo ha pasado de la admiración a la amistad, y hasta si se quiere a la complicidad en esa aventura del color, sin llegar al radicalismo monocromático del norteamericano. Más que la absoluta celebración de un color —que es fácil de captar enseguida en los cuadros de Marioni— en Loredo la gama siempre propone una aventura; no literaria o anecdótica, como tantas veces hizo el surrealismo; sino puramente pictórica. Si un empeño se percibe en esta pintura es el de que no llegue al espectador valiéndose de medios ajenos o subalternos a su género . No obstante, resulta placentero mirarla, por armónica, que es otra manera de decir que por bella, lo cual la hace también—en mi opinión y sin ningún desdoro— regocijadamente decorativa.

Habrá sin duda quien, por ignorar esta vida de entrega a la pintura —como también a la poesía—, querrá juzgar la obra de Miguel Loredo como una muestra de vocación tardía, cuando más bien se trata de vocación discreta que, acaso por notable modestia, ha esperado mucho en darse a conocer (o al menos en darse a conocer de la manera en que esto ocurre tradicionalmente: en el espacio de una galería). Tal vez lo explique un poco el entusiasmo juvenil que anima a este hombre de 65 años que se acerca a su obra —y a la vida— con la deslumbrada inocencia de quien espera aún realizar muchas cosas “cuando sea grande”.

Publications Constancia de la luz.  La obra pictórica de Miguel Loredo
 
View All Publications
 
 
 
Copyright 2002-2024, Cernuda Arte. All Rights Reserved