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DIARIO LAS AMERICAS 07/02/2004

Por Jesús Hernández

El paisaje continúa siendo motivo de creatividad artística en su condición retratista y placentera. No hay otra motivación pictórica más placida y apaciguadora que un buen paisaje rural, espléndidamente detallado. Mejor aún, enmarcado con el flujo del romanticismo auténtico.
Esta semana la galería Cernuda Arte se alza con otra gran muestra titulada “Paisajes para Siempre”, una selección de veintiocho piezas al óleo sobre tela, realizadas por la pintora cubana residente en la Isla, Ania Toledo, una mujer de pueblo que emplea sus ojos para admirar la naturaleza tropical. Una motivación naturalista que cada día es más popular en Cuba.
El estilo aplicado por la pintora no es ajeno a la tradición pictórica de la Isla. De hecho, la pintura paisajística cubana cuenta en sus comienzos de la segunda mitad del siglo XIX con Esteban Chartrand, un pintor que practicó la línea romántica adquirida tras el contacto con Teodoro Rousseau y su escuela de Barbizon en Francia. Sus dos hermanos Philippe y Augusto siguieron un trazado similar.
Sin embargo, la obra de Ania conduce a otro origen, aun más refrendado y ampliamente divulgado: el romanticismo ingles que tan vigorosamente materializaron Turner y Constable. Una corriente que incluso cabalgó victoriosamente por tierras ibéricas y el resto del Viejo Continente al encuentro con otras tendencias artísticas que imperaban entonces. Tan distante a nuestra idiosincrasia hispánica pero felizmente representado por el pincel de destacados artistas.
Para entender el aspecto tierno de la estampa, e incluso fantástico por ser hermosamente idealizado, habría que considerar primero la motivación primaria de su creación. El merito del pensamiento intrínseco responde por igual a la falta de otras motivaciones comunes, cuando el individuo enarbola los valores en su propio interior.
En el arte, la toma de esa postura es altamente comprometedora, arriesgada, ya que cualquier objeto o tema es digno de reflexión artística. Una condición que pone a prueba la sensibilidad del pintor y la capacidad interpretativa del espectador.
La obra de Ania Toledo trasluce los sentimientos del autor y el admirador. Esta puede ser dramática, serena, noble o sublime. Los elementos que protagonizan su paisaje son el propio paisaje: la luz y el color que conforman el entorno, cuya presencia define el contenido de los lienzos.
Paulatinamente su visión pintoresca da paso a una pintura naturalista y embellecida que se aleja de los estereotipos.
La plantea con detalles minuciosos, con agua, tierra y vegetación, dejando fuera cualquier elemento que hiciera recordar la existencia animal, humana, ofreciendo una ilusión óptica donde la Naturaleza es protagonista y único elemento de actuación.
No es el salto de agua un elemento determinante. Mucho menos un componente prototipito en esta muestra. Pero plantearlo de manera resplandeciente, tranquilamente congruente al entorno, es un logro indiscutiblemente en la pieza titulada El Salto Luminoso.
Siguiendo el naturalismo que caracteriza sus composiciones, Ania se interesa por el efecto atmosférico y el juego de claroscuro, mostrando el aire que se respira en la composición de manera difícilmente superable.
Son los cielos a veces apacibles, en otras ocasiones tormentosos, perfectamente enlazados con la paleta oscura y la transición de la luz, siendo el color verde el signo de preponderancia y depuración.
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